PROFE MONTALVO
  Murio el Burro
 

¿Por qué Murió el burro?

Hace poco, mi amigo Feliciano, una persona mayor, que no tuvo mucha oportunidad de estudiar, me regaló un pequeño díptico que se titula “¿Por qué murió el burro?” (¡Precisamente a mí, que hasta tengo un doctorado!). Debo aclarar que lo que puse entre paréntesis no es con vanidad, al contrario, lo hago con cierta ironía, siendo consciente de que todos podemos aprender de todos, sin importar logros académicos.

Bueno, pues después de que recibí el documento lo leí y al finalizar, volteé a ver a Feliciano, quien me lo regalo. Con una sonrisa en su rostro recibió mi agradecimiento y le dije: “¡ya entendí, por qué me lo regaló!”
Al leerlo, no pude evitar pensar en mis alumnos. Quiero aclarar que esto no debe ser tomado como una ofensa, sino como una lección. Lo digo porque, por ignorancia, cuando tenemos un alumno que no responde a las expectativas académicas propias, a las de la familia, las del maestro o de la institución, en cualquier nivel académico, le decimos “eres un burro”. Lo digo porque algunos alumnos se resisten a aceptar ayuda.
A continuación presento en la columna de la izquierda del lector, el texto íntegro del mencionado díptico. A la derecha, correspondiendo con algunos párrafos del original, algunas reflexiones personales, relacionadas con el trabajo que desempeñamos algunos profesores. Otros, seguramente ni siquiera se han puesto a pensar en la importancia de su trabajo docente.
 
 La columna de la izquierda se titula: ¿POR QUÉ MURIÓ EL BURRO? 
La  columna de la derecha se titula:¿POR QUÉ REPRUEBA EL ESTUDIANTE?

Una vez mientras que yo estaba viajando en carro a través del campo, vi un burro cerca de la carretera. Este burro era tan flaco que parecía solamente cuero y huesos.
 
El viaje a través del campo puede ser comparado con nuestra trayectoria profesional como profesores, durante el cual nos encontramos con alumnos que no están respondiendo a las expectativas académicas mencionada arriba
 
 
 
“¡Pobre burro!” me dije. “¡Seguramente está enfermo!”
 
Algunos profesores logramos identificar a aquellos alumnos que están teniendo problemas con sus asignaturas. No sabemos qué les está ocurriendo.
 
 
 
Al acercarme vi que alguien le había amarrado la boca. No la podía abrir. La cuerda le cortaba como un cuchillo y la sangre salía de la nariz. Frené el carro y me bajé. Me acerqué al burro con deseos de ayudarle. Quise librarle de la cuerda. Sentía satisfacción de poder tratarle con misericordia. Pero de repente el animal comenzó a corre dejando una nube de polvo detrás de sí. Ni siquiera pude tocarle, mucho menos quitarle la cuerda.
 
Como maestros, a veces nos acercamos a los estudiantes, hablamos con ellos, tratamos de hacerles consciencia de su responsabilidad; queremos ayudarles; sin embargo, ellos rechazan cualquier tipo de ayuda.
 
A veces no logramos ni siquiera que a los alumnos “les entre” lo que le estamos diciendo
 
 
 
Con tristeza, regresé a mi carro y me fui. Una semana después pasé por el mismo sitio. Allí encontré el cadáver del pobre burro. El mecate teñido de sangre todavía le ataba la boca. Me pregunté: “¿Por qué murió el burro?” pues, ¡porque alguien le amarró la boca! Era cierta la respuesta, pero no me dejaba satisfecho. A pesar de ésta respuesta, el burro tuvo una oportunidad de escaparse de la muerte. Yo hubiera podido librarle.
 
Me imagino que en la semana, el burro de la historia estuvo sufriendo tratando de comer y e beber agua, para sobrevivir.
 
¿Quién le “amarró la boca” a los alumnos y no les enseñó a tener buenos hábitos, como por ejemplo leer cotidianamente? Si preguntamos a algunos profesores, dirán que “llegaron burros de la secundaria”; si preguntamos a los de la secundaria, dirán “así nos llegaron de la primaria”, y así, unos echándole la culpa a otros.
 
Pienso en esos alumnos que tienen problemas en sus materias y andan por allí, detrás de los maestros suplicando “otra oportunidad”, “déjeme un trabajo”, etc., etc.
Más adelante, encontramos alumnos, que han sido dados de baja por reprobar materias y andan por allí, dando tumbos en la vida.
 
Salen de la prepa y los encontramos con los mismos hábitos: no estudian.
 
 
 
 
 
También me vino una segunda respuesta. El burro murió por interpretar mal mis intenciones. Temía que yo le iba a hacer algún daño. Desgraciadamente, esa equivocación le costó la vida. Si el burro hubiera comprendido mi deseo, hubiera aceptado mi oferta.
 
 
 
 
 
Realmente, reflexionando u poco más, entendí el comportamiento del animal: ¡era un burro! ¿Cómo podía entenderme? Hay que perdonarle su equivocación y su incredulidad.
 
 
 
 
 
Muchas veces los seres humanos cometen la misma equivocación, especialmente en lo espiritual. La palabra de Dios nos enseña que Dios no quiere “…que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 de Pedro 3:9) y que Él “…quiere que todos sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 de Timoteo 2:4). Casi no hay persona que no sepa que Cristo murió por nosotros. Saben que “… Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las escrituras” (1 Corintios 15:3); que en Él “… tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7), que Cristo invita: “venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28); y que Él afirma “… al que a mí viene, no le echo afuera” (Juan 6:37).
 
 
 
 
 
Miles de personas han aceptado éstas promesas de Dios Y han sido libradas del pecado. Han encontrado la vida abundante y eterna. Sin embargo, cuando Cristo vino, hubo los que interpretaron mal sus intenciones. A ellos, Él les dijo: “…no quereis venir a mí para que tengais vida” (Juan 5:40)
 
 
 
 
 
No eran burros, pero se portaron como el animalito del relato. Hoy día hay muchos que cometen una equivocación semejante. El burro murió por interpretar mal mis intenciones. No sea usted así; confíe absolutamente en Dios. Dígale ahora mismo a Dios:
 
 
 
 
 
“Dios, sé que quieres salvarme, pues tu hijo murió por mis pecados. Aprovecho la oportunidad; me entrego a ti. Perdóname mis pecados, acepto a tu Hijo Jesucristo como mi salvador personal. ¡Gracias, mi Dios, gracias!
 
 

                            
 
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